miércoles, 30 de marzo de 2011

Dura de mollera. Nieves Correas Cantos

Devanándome los sesos, tratando de averiguar el significado de eso que se llama educación cívica, salgo de mi casa a las 7.00 horas para irme a trabajar. En el vestíbulo del edificio estoy a punto de pisar una meada del perro de los vecinos, y, ya en la calle, un coche que circula por la acera casi me arrolla. Ando deprisa y llego a la boca del metro, donde un hombre, sin querer, me da un paraguazo. En la máquina expendedora de billetes me veo negra para teclear mi número secreto de la tarjeta de crédito sin que lo vea un fantasma con tupé que no para de mirarme; y al atravesar las puertas automáticas para acceder al andén, dos o tres personas se pegan a mí y aprovechan para colarse. Ya en el andén procuro situarme lejos de una pareja que, sentada en el respaldo y con los pies en los asientos, come pipas y escupe las cáscaras sin ningún miramiento. En cuanto el metro se para, entramos todos en tromba para intentar coger sitio. Los jóvenes son los que lo consiguen, mientras que los viejos y las embarazadas se quedan de pie intentando guardar el equilibrio. Llego a mi parada y para bajar tengo que dar empujones a la gente que se agolpa en la puerta y me impide salir; en cuanto lo consigo me doy un trompazo con los que entran. En las escaleras mecánicas no puedo adelantar porque la gente lo hace por ambos lados taponando el paso. Salgo a la calle indemne y sigo dándole al magín a ver si averiguo qué es eso de la educación cívica.

Nieves Correas Cantos.


Carta publicada ayer en la edición de Murcia de 20minutos.

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