Muerto al nacer
No aurora fue. Ni llanto. Ni un instante
bebió la luz. Sus ojos no tuvieron
color. Ni yo miré su boca tierna...
Ahora, ¿sabéis?, lo siento.
Debisteis dármelo. Yo hubiera debido
tenerle un breve tiempo entre mis brazos,
pues sólo para mí fue cierto, vivo...
¡Cuántas veces me habló, desde la entraña,
bulléndome gozoso entre los flancos!...
Ángela Figuera Aymerich
domingo, 27 de abril de 2008
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